sábado, 20 de enero de 2018

AQUÍ Y AHORA

Mi vida había sido una penosa sucesión de frustraciones, orfandad,  pruebas  fallidas, interminables duelos y dolores físicos torturantes, que de tan conocidos se habían convertido en  mis dulces y leales compañeros.
El último año, al regresar de un retiro monacal voluntario en el que medí el completo vacío de mi existencia, creyendo -ilusa- que no habría nada peor, encontré mi casa ardiendo y conocí algo más cruel: la indigencia.  Vagaba por las calles con lo puesto y descubrí que aún se podía caer más bajo. Comía si daba a otros unos minutos de mi cuerpo, ausente de emociones. Sola, sin siquiera un perro que me ladrara, añoré amistades engañosas de la adolescencia, hombres abusadores de la juventud e internaciones en los que para mí eran nidos de cemento y cristal. En ese entonces todavía tenía un nombre propio que ya estoy olvidando y sentimientos que se van adormeciendo poco a poco.
El mes pasado encontré una paloma herida en la plaza; la curé con mis manos calentadas a soplo, y recibí de ella una fidelidad simple, sin palabras ni exigencias.
Ayer comprendí que al hacerme cargo de ese pequeño plumaje, había entrado por primera vez en un aquí y ahora perfecto y siempre diferente: incapaz de traicionar porque es presente absoluto.
Cuando la paloma voló, como volaría un hijo, al fin conocí la riqueza del instante fugitivo.

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“Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído…”
Jorge Luis Borges



Escritura

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