Para todos un cuento más de mi libro ESA OBSTINADA COSTUMBRE DE MORIR. Gracias por leerlo.
FUERA DE PROGRAMA
Era
sin duda una pianista magistral. Sus pequeños dedos se posaron en el
instrumento por primera vez a los cuatro años y ya nunca se separaron. Los
mejores profesores de su Irlanda natal protagonizaban contiendas para ser
elegidos como tutores. Era tal su prestigio que pagaban para enseñarle; mejor
dicho, perfeccionarla.
Los
padres de Molly eran gente sencilla que no entendía nada de música y que, por
esas cosas de la vida, habían guardado como una reliquia el piano de la abuela.
Estaba ubicado en la estancia principal de la modesta casa: casi en la penumbra,
bajo una luz indecisa que penetraba por la ventana a través de un cortinado de
voile.
La oscuridad era su aliada porque
Molly sufría de progeria, envejecimiento prematuro, y contra todo pronóstico,
había sobrepasado los treinta años: tenía rostro
arrugado, el mentón retraído, los ojos saltones y la nariz en forma de pico,
había comenzado a caérsele el cabello y estaba perdiendo las pestañas y las
cejas; de baja estatura, tenía una
cabeza grande para el tamaño del cuerpo, el torso estrecho, el abdomen un poco
abultado, la piel seca y delgada. Sufría de artritis pero sus manos, su tesoro
y el tesoro de todos los que la escuchaban, eran largas, estilizadas y
hermosas. Distaba mucho de ser agradable. Sin embargo, escucharla era entrar en
un éxtasis de sonidos.
En medio
del derrumbamiento físico generalizado en que se resumía la vejez, su
virtuosismo era testimonio dolorosamente irrecusable de la persistencia del
carácter y de la voluntad. Permanecía aislada, preservándose de las críticas o
cuchicheos. Incluso las salas de concierto donde ejecutaba, se mantenían en
sombras. Sólo un foco cenital alumbraba el teclado y sus manos. La orquesta
debía acostumbrarse a acompañar como si fuera un conjunto de ciegos.
Carnegie
Hall, 23 de Diciembre de 2010. El programa anuncia las tres obras consideradas
particularmente más difíciles: Los trece Poemas sinfónicos de Liszt, el Concierto para piano y orquesta Nº 2 de
Prokofiev, para finalizar con Gaspar de la Nuit de Ravel.
Sala
llena, gente parada en Paraíso. Apabullados y en arrobamiento más de quinientas
personas siguen las manos de Molly sintiendo que se encuentran en una especie
de Edén. Todos saben, pero nadie comenta. Los aplausos se mantienen durante más
de media hora al finalizar las obras de Liszt. Molly sale y se cambia el
vestido mojado por la transpiración. Prokofiev le otorga casi cuarenta y cinco
minutos de ovación. Ataca "Ondine" y "Le Gibet" de
Ravel, con energía y dulzura y, antes de comenzar "Scarbo", se
escuchan repentinos silencios como espacios huecos. La partitura se deshace
como un collar de perlas roto.
Todo
el mundo, intolerante, comienza a murmurar. La música es reemplazada por el
ruido de voces, algunos zapateos impacientes, el sonido extraño de las ropas al
rozarse, las palmas de fastidio.
Nadie
percibió en la oscuridad las lágrimas que brotaron de los ojos de Molly, la
grande. Nadie pudo escuchar la queja suave que partió de su corazón, mientras
iba desplomándose sobre su único amigo, el piano.